Monday 8 October 2012

¿Y quién es el responsable?

Dos tweets resumieron la noche electoral venezolana ante mis ojos. Por un lado, la razón prevaleció y fue escrito "La democracia eligió la dictadura", mientras que por el otro una mentalidad que comparto menos gritaba "Tanto ruido para la misma película". Ganó Chávez otra vez; pero a nosotros, quienes nos oponemos a él, ¿qué nos queda?
Parece difícil de aceptar el hecho que Chávez haya ganado unas elecciones presidenciales en las que se midió a un rival que hizo una campaña apoteósica, en la que interactuó con cuanto venezolano pudo y que gastó pares tras pares de zapatos de tanto caminar. Más aún, parece difícil de asimilar que haya ocurrido en un contexto totalmente desfavorable. La salud deteriorada, con el país cayéndose a pedazos, un rival de categoría y una campaña propia algo floja. Pero cuando se asume que quien ganó fue Chávez y no el chavismo, se aclara un poco el panorama.
Chávez es la figura de un movimiento político que tiene existiendo ante la vista pública desde 1992, pero que efectivamente tomaría el poder 6 años después; no por un golpe de Estado, como inicialmente se intentó, sino a fuerza de votos, a fuerza de democracia. El chavismo es lo que lo sigue, la estela que va dejando a su paso; esa mal llamada "revolución". Son esos ministros, diputados, alcaldes, gobernadores, empresarios, medios, partidistas, etc., que acompañan al mandatario.
La gran razón por la cual él ganó ha de yacer en el carisma que este hombre parece emanar. Imbatido en sus procesos electorales propios, ha logrado sacar del camino a Salas Römer, Arias Cárdenas, Rosales y ahora a Capriles Radonski. Es innegable que lo que él produce en la población es algo contagioso y especial, puesto que 14 años después de llegar al poder, más de 8 millones de personas han decidido reelegirlo como Presidente de la República. Es una conexión meramente emocional, con la cual la sección de la población menos favorecida se identifica. No importa su más que paupérrima gestión, ni la corrupción, ni su incapacidad de responder al más sencillo de los problemas de quienes gobierna; todo eso ya existía ante los ojos del ciudadano desde mucho antes que llegara Chávez. Importa que es un muchacho de familia humilde que viste la cinta de Presidente, el sueño americano hecho criollo.
Ante él estuvo un hombre también carismático, pero que apeló más a una propuesta de gobierno, solucionar los problemas de la vida, solventar cuanto mal aqueje al venezolano, por medio de un plan de gobierno bastante bien elaborado, así como mediante la convocatoria a unir al país; un sentimiento que todos coinciden reina en Venezuela. Lo que pareciera ser la diatriba de ese punto es quién se unirá a quién; es decir, si es el chavista que se deberá arrejuntar al opositor o viceversa.
No hubo grandes fallas en una campaña en la que se coincide que fue casi perfecta. Lo que sí hubo fue la omisión de una respuesta de las diversas encuestas que muchos pasan por alto, y terminó siendo el centro del asunto: ¿Quién es el responsable de los problemas?
A priori, luciría lógico señalar al Presidente, primeramente. Pero en realidad, sólo un número cercano al tercio de venezolanos ve a Chávez como el principal responsable de todo esta crisis. El casi 70% piensa que es alguien más. A quienes sí le zumban el saco de culpas, es a ministros, gobernadores, alcaldes, y demás entes ineptos ante los ojos del soberano. Es decir, el problemón armado es gracias a quienes rodean y mal aconsejan al Comandante en Jefe, no al Comandante en Jefe.
La omisión opositora se hizo en asumir que, con criticar la gestión de Chávez, se debilitaría la imagen de Chávez. Resultó siendo inefectivo. Ahora, ya que ha pasado el drama electoral por la presidencia, los ojos se centrarán en las gobernaciones y alcaldías de lugar en los que problemas del día a día son puestos en responsabilidad de las líneas inferiores de los gobernantes. Asumir que, porque Chávez ganó en Miranda, Caracas, Zulia, Nueva Esparta, Anzoátegui, Bolívar, Lara, Carabobo, Monagas y otros 13 estados, el chavismo logre recoger resultados similares, es asumir que nadie tiene la responsabilidad de los problemas; que el venezolano se autoflagela y que nadie va a pagar caro por los apagones, inseguridad, corrupción, asuntos sindicales, negociaciones de contratos, accidentes laborales, caída en producción, escacez de vivienda, explosiones de refinerías, y demás males que plagan al país caribeño.
La gran lección que ha de dejarnos este proceso electoral no es que Chávez y su séquito es invencible. Sino que sí contamos con una maquinaria formidable de testigos y movilización, y que es posible salir airosos de las siguientes contiendas. Sí se puede derrotar al chavismo en estados donde Chávez gana. Sí nos podemos hacer con la mayoría de los estados. La única condición para que ello ocurra, es seguir votando masivamente.
No porque Chávez haya vuelto a ganar, va a dejar de existir el país. Los apagones, los damnificados, las casas mal construidas, los puentes que se caen, el metro colapsado, las obras inconclusas, la inflación, la corrupción, los homicidios, los secuestros, el narcotráfico, y cuanto otro asunto debilita a Venezuela, no han dejado de existir; como los 46 homicidios en el fin de semana electoral lo atestiguan. Los problemas no se han ido, y sí tienen un culpable. Algunos le señalamos el dedo a Hugo Rafael, pero también es importante apuntar a Tarek William Saab, Diosdado Cabello, Argenis Chávez, Rafael Ramírez y demás gerentes y gobernantes rojos. El voto sigue contando, y, si somos capaces de repetir los casi 6.5 millones de votos del pasado domingo, seremos capaces de ganar espacios en el país, así como poder de negociación con un gobierno indispuesto a darle cabida a otras opciones que no vistan de granate.
Tan importante como haberle plantado cara a Chávez -y por fin haber votado a favor de un proyecto y no encontra de la otra opción-, es plantarle cara al chavismo.
Que el perfectamente entendible desaire reine estos días post-presidenciales, es normal. Pero no dejemos que se perpetúe en el tiempo, ni que nos haga incapaces de reaccionar. Es ahora cuando la lucha ha comenzado. Perder la presidencial debería inflarnos de más ganas por ganar el resto, en vez de frenarnos. En nuestra voluntad y nuestros meñiques morados queda la esperanza.